En la cuerda floja
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En la cuerda floja
Nancy Ulloa, profesora de matemáticas, compara la docencia como el caminar sobre una cuerda floja: un paso a la vez, haciendo pequeñas inflexiones o grandes contorsiones para no caer. En sus palabras, comparte cómo la pandemia puso a prueba su autoaprendizaje, autonomía y equilibrio.
Nancy Ulloa Figueroa
Profesora del Departamento de Matemáticas y Física
He pensado que de un tiempo para acá —marzo 2020 o quizá antes— mi quehacer docente se puede comparar con el de un equilibrista caminando sobre la cuerda floja. ¿Alguna vez han visto en vivo como es que se monta sobre la cuerda, sabiendo que no hay vuelta atrás, y va dando un paso tras otro… lento pero seguro? Hace correcciones diminutas, con inflexiones pequeñas en postura y tensión muscular. Su cara, concentrada en la burbuja del fenómeno que él mismo ha lucubrado.
De repente, tiene una pérdida de equilibrio grande y por momentos crees que caerá hasta su fin. Sin embargo, cuando eso sucede, las correcciones minúsculas se convierten en contorsiones grandes y logra salir avante. De hecho, milisegundos después del susto colectivo, te llega la intuición de que quizá el equilibrista planeó esa suerte como parte de tu diversión. ¿Será que acaba de jugar con tu mente y tu corazón? Pero lo permites, porque te has dejado ser parte de esta burbuja, del espectáculo y de la emoción. Tanto así te has convertido en miembro del acontecimiento, que te invita a subir… sólo te recuerda: escúchate y siente tu alrededor, haz correcciones diminutas y, cuando sea necesario, contorsiones grandes. En este momento preciso, si te caes no fallecerás, ya que la cuerda la ha dejado a distancia segura del piso. Aunque sabes que llegará el día en que él no esté ahí contigo recordándote cómo avanzar en la cuerda y que la distancia del piso crecerá y crecerá. Bendito el día cuando ya no lo necesites para avanzar, habrá valido la pena.
Soy Nancy Ulloa y, cuando me preguntan en qué trabajo, la conversación corre más o menos así:
- Doy clases.
- ¡Ah, qué padre! ¿En primaria?
- No, en universidad.
- Oh, y ¿de qué? (A veces adivinan psicología o administración).
- De matemáticas. (La reacción nunca ha sido neutra).
Últimamente he impartido cursos de Cálculo Diferencial y Cálculo Integral para estudiantes de ingenierías. Estas materias no siempre son vistas con cariño por personas poco familiarizadas en su estudio, ya que la temida palabra "matemáticas" hace estremecer a más de un corazón. Muy a pesar de ello, yo las amo, y amo acompañar a otras personas en su proceso de descubrimiento de ellas y, de pasada, hasta de sí mismos. Más que concebir a las matemáticas como un conjunto de símbolos que se operan bajo reglas y propiedades con el fin de llegar a respuestas concretas, las entiendo como ideas puras, lógicas y fundamentadas, que nos ayudan a aproximarnos asintóticamente a verdades (con "v" minúscula) sobre la realidad. Ah, y a veces se expresan mediante esos símbolos que llamamos números, variables, ecuaciones, funciones, gráficas, etc.
Uno de los objetivos principales que tengo al acompañar a los estudiantes es que logren comprender las matemáticas como algo más que sólo sus representaciones concretas ya que, al fortalecer esta relación más profunda con ellas, establecerán cimientos más sólidos para aplicarlas en la realidad. Si de por sí, este proceso es intricado y complejo en la presencialidad, a la distancia he sentido una sacudida violenta de la cuerda floja.
Lo que sucede es que, si la práctica docente y el proceso enseñanza-aprendizaje ya los concebía bajo esta analogía del equilibrista desde antes de la pandemia, lo que ha tocado hacer es una contorsión muy grande en un momento clave del camino. La pandemia ha puesto a prueba mi capacidad de autoaprendizaje, autonomía y equilibrio (en muchos niveles), cosa que sospecho no sólo me ha sucedido a mí.
Pero Nancy, ¿en qué se ha traducido concretamente esta contorsión grande, y luego las correcciones diminutas que le han sucedido? En pocas palabras: en cambiar por completo los procesos de evaluación de los estudiantes, quitando exámenes escritos clásicos y reemplazándolos por presentaciones, videos, resolución de problemas y actividades colaborativas. También en aprender el uso de una cantidad extensa de herramientas tecnológicas (de las que ya perdí la cuenta ya que, curiosamente, el número no es relevante). Repensé las formas de interactuar en las clases y de acercarme a los estudiantes, aún sin verles las caritas de confusión o descubrimiento. Larga historia corta… recordé y volví a recordar lo que es esencial en el proceso de aprendizaje de todo ser: descubrirnos a nosotros a través de lo que vivimos y aprendemos, solos y con los demás. Sin embargo, esto no inició con la pandemia, ni acabará después de ella. Acercamiento asintótico: definitivamente lo es.
¿Y los estudiantes? Sólo puedo decir esto: a la mayoría de los que acompañé durante la pandemia no los conocí en persona y si llego a conocerlos será con alegría y gusto (y quizá un poquito de nostalgia). Lo que más deseo es que se escuchen y sientan su alrededor, hagan correcciones diminutas y, cuando sea necesario, contorsiones grandes… para que caminen sobre esa cuerda floja sin mí.