Megatendencias: transición demográfica y cambios sociales
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Megatendencias: transición demográfica y cambios sociales
Ante una realidad donde la población mundial está envejeciendo y va en aumento, los nuevos escenarios sociales interpelan a los sistemas de educación a responder desde la generación de conocimiento, la orientación de los programas educativos y la incidencia social.
Karina Vázquez Garnica
Coordinación de Innovación, Desarrollo y Exploración Académica (CIDEA)
Actualmente la humanidad experimenta un fenómeno masivo de alcance mundial relacionado con el incremento poblacional y cambios en las relaciones personales. Esta situación afecta estructuralmente a todos los países, y los estudiosos la definen como transición demográfica, noción que implica cambios estructurales en las dinámicas de natalidad y mortalidad de los habitantes, y que resultan en el rápido incremento de algún grupo etario, sean jóvenes o adultos mayores. En general, todas las naciones registran el envejecimiento de sus residentes, lo que en el largo plazo afectará de distintas formas a sociedades y gobiernos.
Tomando en cuenta los recuentos censales históricos y las proyecciones demográficas más recientes, en esta edición se exponen algunas tendencias estadísticas que modifican las interacciones sociales transformando los roles de género en diferentes estamentos y locaciones. Para facilitar la comprensión de este fenómeno, se presentan informaciones de índole internacional, así como del ámbito nacional mexicano.
Iniciemos mencionando que la Organización de las Naciones Unidas documenta importantes cambios en la composición demográfica de la población mundial y, en consecuencia, señala transformaciones radicales en las necesidades vitales y formas de existencia de las personas. Al respecto, se observa que el crecimiento demográfico presenta dos fenómenos: la población mundial está envejeciendo y va en aumento. En relación con el primer asunto, baste indicar que la cantidad absoluta de mayores de 65 años de edad se ha elevado considerablemente debido al incremento de esperanza de vida (de 72.6 años que se tenía en 2019 a 77.1 años previstos para 2050), así como a la disminución de la tasa global de fecundidad (de 2.5 en 2019 a 2.2 que se proyecta para 2050).
Respecto del crecimiento demográfico, proyecciones hechas por las Naciones Unidas en 2019 refieren que para el 2050 seremos 9,700 millones de habitantes, es decir, un 25% más del total actual. Además, se anticipa que más de la mitad del crecimiento proyectado ocurra en países africanos en desarrollo. Por otro lado, la población de América Latina y el Caribe se ubicará como la región con menor tasa de crecimiento. Hay que precisar que en Latinoamérica el descenso de la fecundidad ha contribuido a que la población en edad productiva (entre 25 y 64 años) sea mayor que la de otros segmentos, lo que contribuye a acelerar el crecimiento económico de la región. Sin embargo, este factor no es uniforme ni lineal y ocasiona grandes brechas dependiendo de las condiciones de habitabilidad, escolaridad, género, índices de violencia, exposición a riesgos y servicios de salud que disfruta o padece la población.
Por lo anterior es que se afirma que la transición demográfica conlleva cambios sociales significativos que representan retos, oportunidades y amenazas para las personas y gobiernos. Como señalan, no pocas investigaciones, las nuevas configuraciones económicas, políticas, sociales y ambientales implican una ruptura de época en la que se evidencia el resquebrajamiento de prácticas, de estructuras y de los sistemas dados con la consecuente aparición y desaparición de productos y símbolos culturales.
La emergencia de nuevos paradigmas socioculturales exige ahora el diseño de políticas públicas que atiendan demandas colectivas relacionadas con los servicios médicos y de asistencia social para la población mayor de 65 años, con la participación de las mujeres en la estructura económica y en el mercado laboral, con la adecuación del marco legal para incluir nuevas formas de familia y con el aseguramiento de los mecanismos de solidaridad intergeneracional para transmitir conquistas civiles y valores sociales.
Hay que recordar que en México la edad mediana de la población transitó de 22 años (en 2010) a 29 (en 2020). También, el promedio de hijos por familia bajó a 2.1, cuando en 2010 era de 2.3. Igualmente, en los últimos diez años el porcentaje de población casada tuvo un decremento de 5.1 puntos porcentuales, mientras que el porcentaje de parejas en unión libre se incrementó en 3.9 puntos porcentuales respecto a 2010. Y, aunque nacionalmente la participación de mujeres en la estructura económica es todavía menor que la de varones —en términos absolutos—, debe considerarse que se amplía progresivamente el acceso de ellas al mercado laboral —sobre todo en el grupo de 30 a 39 años— lo que podría representar la apertura a la igualdad salarial y a la ocupación de mejores puestos de trabajo, no solo en labores de baja percepción económica como hasta ahora.
Los nuevos escenarios sociales que surgen en nuestro país y en el resto del mundo obligan a las instituciones a responder con eficiencia ante una problemática compleja y paradójica: aunque en términos absolutos hay más niños y adolescentes, su representación porcentual es cada vez menor respecto del total poblacional. Por ello, se dice que los países con más acusada transición demográfica están pasando de ser una población joven a otra más entrada en años. No obstante, se reconoce que, a pesar de que siguen siendo vigentes las infraestructuras y equipamientos sociales para atender a la infancia, hoy y en el futuro inmediato cobran mayor relevancia los servicios asociados al cuidado de adultos mayores.
Desde una perspectiva cualitativa debe subrayarse que los descensos generalizados de la mortalidad y la fecundidad afectan a las sociedades contemporáneas al alterar significativamente las pautas de vida social entre distintos segmentos poblacionales. Mientras las personas mayores requieren más servicios del sector salud, acompañamiento de los fondos de pensión y actividades de recreación, los jóvenes experimentan cambios inéditos, como el retraso de su emancipación familiar, el tardío acoplamiento conyugal y una menor tasa de fecundidad. Estas dinámicas producidas por la transición demográfica suponen ajustes —algunos paulatinos, otros inmediatos— en diferentes entornos y escalas, como en la esfera de los derechos sociales, en el ámbito de las prácticas culturales y en el campo de las estructuras institucionales de los países.
Debido a las variadas situaciones de cada nación, los cambios poblacionales impactan como factores favorables para la prosperidad social o como vector de desigualdad y empeoramiento de las condiciones de vida. Así, la transición demográfica debe comprenderse como el marco en que ocurren múltiples fenómenos sociales que mutan las relaciones convencionales entre personas para ajustar las normas formales y prácticas eventuales con que las nuevas generaciones buscan adaptarse a los tiempos.
El marco sociodemográfico descrito representa un conjunto de tendencias que reclaman pertinencia para ser consideradas en la innovación académica, particularmente se observan tres dimensiones: primero, acrecentar la oferta educativa que favorezca el aprendizaje para la vida y a lo largo de la vida, puesto que cada vez será más amplia la edad de los grupos que demanden servicios de formación. Segundo, flexibilizar los sistemas educativos y los medios para que más personas, en sitios distantes, puedan hacerse de los aprendizajes que requieren; y finalmente, incorporar a nivel curricular el estudio de fenómenos relacionados con los cambios aquí descritos, como son la transición de los roles de género, la participación social, económica y política del grupo etario conformado por mayores de 65 años, el cuidado de las personas y del medio ambiente, la distribución socio-geográfica de las poblaciones en un crecimiento que trascienda lo sustentable y abone a la conservación y preservación de ecosistemas. Es decir, parece cada vez más necesario que los quehaceres de los sistemas de educación superior respondan a las necesidades cambiantes de los contextos sociodemográficos a partir de la generación de conocimiento, la orientación de los programas educativos y la incidencia social.