La universidad, un ecosistema más conectado
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La universidad, un ecosistema más conectado
Las universidades son un nodo privilegiado para experimentar vivencias de intercambio en entornos internacionales que refuerzan los aprendizajes básicos de la convivencia y la integración, así como de cooperación y solidaridad.
Alejandro Mendo y Karina Vázquez
Las experiencias vividas en los casi dos últimos años a causa de la pandemia por COVID-19, han puesto de manifiesto la densidad y dinamismo de las conexiones mundiales existentes en los distintos aspectos de la vida diaria, desde cuestiones de salud hasta asuntos laborales. En el ámbito de las instituciones de educación superior ocurrió igual: se evidenció que en el mundo académico las vinculaciones entre naciones son cruciales, pues permiten la apertura de posibilidades más expeditas e inmediatas de formación universitaria entre países, culturas y personas sin necesidad de desplazamientos físicos prohibitivos.
En este entorno de profundos cambios sociales la tecnología ha contribuido para facilitar como nunca los procesos que antes nos eran habituales. Buena parte del trabajo cotidiano pudo realizarse a distancia desde los hogares, el abastecimiento de víveres y aprovisionamiento se posibilitó desde pedidos en línea, y las actividades escolares pudieron efectuarse gracias a las plataformas de comunicación telemática que nos ayudaron a salvar distancias. Si revisamos algunas miradas en torno al futuro de la educación superior, colegas de diferentes partes del mundo coinciden en que la interconexión ya es una pieza clave para la formación de las personas.
Expertos de la UNESCO apuntan que, en condiciones de crisis general el afrontamiento colectivo de los obstáculos favorece la aparición de respuestas sociales resilientes más apropiadas para encarar los problemas globales. La colaboración grupal en asuntos de interés público genera intercambios mutuos de distinto orden que llevan hacia experiencias significativas al propiciar interconexiones sólidas entre los individuos. En este sentido, las universidades son hoy un nodo privilegiado en que pueden concretarse vivencias de intercambio cultural en entornos internacionales que refuerzan aprendizajes básicos respecto de la convivencia y la integración, en relación con la comprensión mutua y el respeto a las diferencias, así como con la cooperación y la solidaridad.
La internacionalización de la educación superior se inscribe en el marco de la globalización porque se relaciona con el libre flujo de ideas, recursos y valores, pero se define como la incorporación explícita de la interculturalidad de dimensión mundial en la formación universitaria. Esto implica formalizar la construcción de escenarios de aprendizaje en los que ocurran procesos interactivos de conexión con otros diferentes. Estos otros pueden ser personas de culturas ajenas, comunidades de tradiciones distantes u organizaciones de perfil multinacional, sin embargo, el aporte de la experiencia internacional radicará en posibilitar la asimilación de la interculturalidad de dimensión mundial.
Hay una diferencia sustantiva entre aceptar en el medio universitario la condición global del mundo contemporáneo —el libre flujo de ideas, recursos y valores— y asimilar intencionadamente, por otro lado, la noción de la internacionalización como eje formativo en la educación superior. Este último estará vinculado estrechamente a la vivencia de experiencias que abonen a la incorporación de la interculturalidad mundial como fuerza de cambio. Desde esta perspectiva, la internacionalización en las instituciones educativas habrá de inhibir aquellas prácticas orientadas a la competencia, rivalidad y pugna entre actores internacionales opositores (como son los contendientes económicos o políticos), para privilegiar aquellas conductas dirigidas a conciliar disparidades, disolver desemejanzas y reparar desniveles entre personas y agrupaciones de diferente latitud.
En este sentido, cuando un estudiante o académico hace alguna práctica de internacionalización que le vincula con sociedades, comunidades, empresas o personas extranjeras, no solamente cede algo de sí, sino que también recibe a cambio influencias culturales que le ayudarán a constituirse en lo individual. Por ello, la movilidad universitaria internacional permite acercamientos que favorecen vivenciar situaciones, atender casos y resolver problemas desde la mirada de distintas disciplinas y culturas, lo que facilita la comprensión y descubrimiento de nuevas formas de ser y hacer.
Internacionalización e interculturalidad en la formación universitaria son dos prioridades que las instituciones de educación superior reconocen como fortalezas para alcanzar la excelencia académica del alumnado. Pero hay que insistir en que la internacionalización de la que hablamos no es la de los estándares empresariales que se exige a los corporativos globalmente competitivos. La internacionalización formativa que interesa al ITESO practicar es aquella que genere mayor humanidad, es decir, la que fomente colaboraciones que impacten positivamente en la corresponsabilidad hacia el mundo.
Esta internacionalización no se trata de meros intercambios escolares, sino de programas de inmersión cultural en los que los estudiantes interactúen para que su formación profesional se vea enriquecida con cosmovisiones, costumbres diversas y, a su vez, contribuya al fortalecimiento de redes locales, regionales y mundiales al servicio del bien común. Fortalezcamos nuestra "capacidad de establecer conexiones nuevas con tantos elementos distintos como se pueda" (Steven Johnson, 2016)1.
Referencias:
1 Johnson, S. (2016). Las buenas ideas: una historia natural de la innovación. Turner.